Mientras los ejércitos ucraniano y ruso se enfrentan por el control del este de Ucrania, mineros siguen escarbando las entrañas de la tierra para suministrar carbón a su país.
Después de que las tropas rusas fracasaran en su intento por tomar Kiev, la capital de Ucrania, los combates se central desde abril en el este industrial y en el sur agrícola del país.
Cerca de Pavlograd, una ciudad del centro-este de Ucrania, 4 mil obreros trabajan en una mina fundada hace 43 años, cuando el país seguía formando parte de la Unión Soviética.
Unos 800 empleados fueron llamados a servir como soldados en la guerra que hace estragos a 150 kilómetros al este y que pronto entrará en su séptimo mes.
La producción no ha decaído, afirman los responsables de la mina. “Cada uno está en donde tiene que estar, pero estamos con ellos en pensamiento”, dice el jefe de los pozos, Oleksandr Oksen, de 42 años.
Por fuera, el lugar parece un campus universitario. Las hojas de los sauces ondean por el viento y una fuente de agua brota junto a un ajedrez gigante con piezas que llegan a la cintura.
Pero a 370 metros de profundidad, en un ascensor que gime durante todo el descenso, la situación es otra.
El calor es sofocante y el aire está plagado de polvo. Una leyenda cuenta que en la mina vive un fantasma que ayuda a los mineros. Pero incluso a cientos de metros bajo tierra, la guerra está en la mente de todos.
Los mineros deben entregar sus teléfonos antes de iniciar la jornada, por lo que durante varias horas no están al tanto de las últimas noticias, incluso eventuales ataques cerca de sus casas.
“Cuando salen, lo primero que hacen es tomar sus teléfonos y llamar” a sus familias, explica Vassyl, director de la mina, que pidió no comunicar su apellido.
Después de adentrarse en los túneles, los trabajadores son transportados 3.6 kilómetros en un vagón, antes de subir a pie por un túnel estrecho, cuyas paredes de roca están sujetas por jaulas de metal oxidado.
A lo largo del túnel una cinta lleva el carbón a unos carritos que lo transportan a un ascensor y luego a la superficie, desde donde son llevados a las centrales eléctricas.
En el interior, encorvado en su puesto, Volodymyr Palienko, de 33 años, intenta reparar una máquina metálica que recoge el carbón del suelo.
“Lo que ocurre en nuestro país afecta a todo el mundo”, dice.
“Todo el mundo tiene amigos y conocidos que están implicados de alguna manera”.
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