Por Ivette Estrada
Deshumanizar es el preludio triste y peligroso para desperdiciar, abusar, humillar y matar. Cuando no se ve a los rivales políticos como personas, se tiende a la atrocidad, y se busca “desaparecerlos” a través de espionaje, intrigas, persecución, triquiñuelas financieras o cárcel.
A medida que la polarización crece en una sociedad, cada vez más las personas comienzan a apostar su sentido de valor individual e identidad con su afiliación partidista y lo político se vuelve profundamente personal.
A la par, se menosprecia a los oponentes como personas por tener opiniones diferentes. En las redes sociales y los canales de «noticias» partidistas, no es raro escuchar a los miembros de un lado retratar a sus rivales como menos que humanos. Este divisionismo impera más en regímenes totalitarios y populistas.
Esto es alarmante. En el pasado se comparó a los judíos con alimañas y a los tutsis africanos con cucarachas. Esto preparó el camino para el genocidio. E incluso sin violencia física, la deshumanización lleva a las personas a admitir violaciones de las normas democráticas y arriesgar la estabilidad social. A veces, la principal víctima es la democracia.
En 2020, en la Universidad de Stanford, Estados Unidos, una nación bipartidista, se le pidió tanto a demócratas como republicanos en qué estadio de la famosa imagen “Ascenso del hombre” situarían a los miembros del partido contrario en una escala de cero a 100, que parte del simio al completamente humano. En todos los casos colocaron a sus oponentes entre 20 y 30 puntos por debajo del nivel completamente humano, en promedio.
¿Qué ocurriría si se hace este estudio social en México, en estos momentos? El repudio sería aún mayor entre los simpatizantes del partido en el poder y quienes no pertenecen a ese grupo. No resulta extraño si el presidente mexicano alienta constantemente la descalificación de sus adversarios.
En el estudio comentado, cuando se les preguntó cómo pensaban que el otro lado los veía, la gente dijo que sus rivales los pondrían 60 puntos por debajo del ser completamente humano. Sus percepciones del desprecio de la otra parte fueron exageradas.
Así, la tendencia a asumir una antipatía extrema por parte de los rivales impulsa la denigración real y abierta, una especie de prevención o ley del Talión que representa el bíblico “ojo por ojo, diente por diente”. Tal posición es antesala a la agresión física y a conductas inapropiadas.
La información precisa sobre las actitudes del otro lado, ¿podría “humanizar” la perspectiva de los contrarios? En el estudio social de Stanford, cuando se indicó el nivel en el que los situaban los adversarios, se tendió a reducir la puntuación de deshumanización al otro. Al tener la certeza de que el contrario “no nos ve tan mal”, se asumió que podemos estar en desacuerdo con alguien, pero admitimos que es un ser humano.
Esto plantea grandes retos a la comunicación como creadora de consenso entre facciones, que tradicionalmente compiten por estatus. A la par, emerge un sentido de humanización que abraza a todos los miembros de los tres reinos y aún a las que consideramos “cosas”.
Por supuesto, esto no sólo aparece en el contexto político, sino en todas las esferas de la vida. ¿Lograremos humanizar a nuestros adversarios o nos arriesgamos a la autodestrucción? La decisión es nuestra. Y de ella pende nuestro propio auto concepto y la noción de integridad y vida que queremos.
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