Por Ivette Estrada
Desentrañemos el empoderamiento: No es algo que alguien nos da. Es una pertenencia intrínseca.
En tiempos en gran incertidumbre y volatilidad como el que ahora vivimos, cada vez nos volvemos más conscientes del poder interno y del profundo sentido de responsabilidad como fuente de resiliencia, pero también de automotivación y sensación de logro. Esto incide necesariamente en lo que consideramos poderoso y valioso. Existe una reconfiguración trascendental, aunque aún no admitida a nivel profesional.
En general, cuando comenzamos una carrera profesional, la directriz general que recibimos es: “sigue tu pasión”. Pero las incipientes incursiones en el mundo laboral no son bastante fuertes o notables para seguir este consejo. Sin embargo, a medida que avanzamos, encontramos que el sentido de responsabilidad es lo que nos impulsa. Esto va más allá de un ingreso pecuniario.
En la medida que más nos comprometes a generar determinados logros, mayores recursos encontramos para ello. Ese es el camino certero, no una mítica y nebulosa pasión. Incluso ésta sobrevendrá al compromiso y no a la inversa.
En una sociedad altamente consumista como la nuestra, nos acostumbramos a la facilidad e inmediatez de todo. Creemos que los grandes bienes y satisfactores están al alcance de un clic. Antiguos valores de nuestros precursores de vida, como el trabajo arduo y los desafíos continuos, se desestiman.
Sin embargo, una mentalidad hecha con simplismos y transacciones veloces sólo nos conduce a grandes vacíos. Nuestro verdadero poder se evapora y restringe a lo que “otro” – llámese jefe, empresa o cliente- nos otorga. Se trata de un paternalismo deleznable: la noción de dádiva sobre la meritocracia o esperar fortuitas dádivas.
Olvidamos que alguien puede “darnos” un puesto de trabajo y una tarea específica, pero como todo lo que realmente vale, sólo nosotros podemos dotar de importancia, trascendía y valía lo que hacemos y la manera en la que lo ejecutamos.
Nuestro poder en el trabajo está en la propia percepción. Responde a cuestiones trascendentales de porqué hacemos determinada cosa, para qué y cómo.
Aunque a lo largo del tiempo nos sumimos en un complaciente mutismo de relaciones transaccionales “hago esto por tal cosa”, el confinamiento pandémico nos alertó sobre el empleo del tiempo, la vida y la noción de valor y trascendencia. De manera insólita tuvimos que enfrentarnos a discernir sobre aquello que realmente nos importa y lo que no es aí. Parte de este proceso de concientización es la gran renuncia silenciosa que ahora se vive.
Entonces el camino se bifurca: el desencanto y la inercia, por una parte, o un papel trascendental y activo que re dignifica las actividades diarias y les otorga valores no imaginados al analizar cómo trascienden o en qué se convierten. Sólo de nosotros depende mirar el trabajo de manera diferente: asumir que somos sólo una tuerca en un enorme engranaje y hacemos una “chamba” o nos convertimos en gestores de realización y cambios al trabajar.
Vivimos un momento trascendental. Tenemos la oportunidad de vivir con un gran sentido diversas experiencias de vida. El trabajo puede ser ya, desde este momento, algo tan importante y trascendental como el amor para darle sentido a nuestra existencia. Estamos en pos del verdadero poder, aquel que nadie te puede dar, pero tampoco quitar o disolver.
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