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SEGURIDAD INTEGRAL/ Crímenes ocultos

Por Arturo Ortiz Vázquez, CEO de CIPI Corporation, empresa de capacitación en seguridad integral

Hoy, vivir en México implica negociar constantemente con el miedo. No es sólo evitar ciertas calles o modificar horarios: es reconfigurar el cuerpo, el lenguaje, la mirada. Según datos recientes, 63.9% de la población se siente insegura, lo que equivale a más de 84 millones de personas que han normalizado la vulnerabilidad. Esta cifra no es sólo estadística: es el eco de millones de decisiones silenciosas —no salir de noche, no reclamar, no mirar de frente— que revelan una ética de la autoprotección.

Existen conductas que revelan lo que las cifras callan, como evitar el conflicto a toda costa, incluso cuando se es testigo de injusticias flagrantes, silenciar la indignación, por miedo a represalias o por la certeza de que no habrá justicia, desconfiar de las autoridades, pues 11.7% de la población identifica la corrupción como amenaza central, lo que implica que el miedo no sólo proviene del crimen, sino también de quienes deberían proteger.

En nuestro país se adaptar rutinas familiares como cambiar escuelas, horarios laborales o rutas de transporte, para minimizar riesgos. El horror se normaliza, como lo muestran más de 26,000 atrocidades entre 2020 y 2024.

La adaptación al miedo como mecanismo psicosocial no es cobardía: es resiliencia distorsionada. En regiones como Michoacán, Jalisco o Sinaloa, la gente ha aprendido a sobrevivir sin garantías, a ritualizar la evasión como forma de vida. La violencia se convierte

El silencio institucional, cuando no es complicidad, profundiza la herida. Las universidades, los medios, las iglesias, los espacios culturales, tienen el deber de desnormalizar el miedo, de ritualizar la denuncia, de acompañar la vulnerabilidad con dignidad. No basta con formar profesionistas: hay que formar testigos éticos, ciudadanos rituales, acompañantes del dolor.

Cuando el miedo se vuelve paisaje y la impunidad rutina, el valor no se instaura como mandato, sino como ritual íntimo, como gesto colectivo, como memoria encarnada. No se trata de resistir con fuerza, sino de resistir con sentido.

¿Cómo instaurar valor cuando todo parece perdido? Nombrando lo que duele, sin eufemismos. El valor comienza cuando dejamos de callar por cortesía y empezamos a hablar por dignidad.

Ritualizar la memoria, para que los ausentes no se conviertan en cifras. Cada nombre, cada historia, cada fotografía en una ofrenda es un acto de resistencia.

Y con acciones cruciales, como prepararse a una batalla, a oponer resistencia, a no claudicar.