+Presentación del libro Confesión de Parte
+Sexta obra de Mario Martini Rivera, irredento chilango, radicado en Mazatlán, Sinaloa
+Lleva 55 años de oficio reporteril, férreo defensor de periodistas y derechos humanos
+Virtuoso artesano de la palabra
Al final de los 90 minutos que dura la presentación del sexto libro de Mario Martini, Confesión de Parte (197 entrañables páginas), ella –decidida, casi amenazante–, se acerca a los comentaristas: el autor, Juan Manuel Damián Palacios y Jesús Yáñez Orozco, periodistas los tres. Mujer de madura sensualidad. A Mario Martini Rivera, lo atenazan 55 años de oficio reporteril, férreo defensor de periodistas y derechos humanos. Virtuoso artesano de la palabra.
Viene enfundada en un vestido de encendido rojo, entallado. Rostro con una pátina de maquillaje. Trae la mirada incendiada de pasión y la voz bañada de emoción. Flamígera, la piel del corazón, de sus labios brotan palabras, tizones ardientes.
Casi a punto del orgasmo verbal, agradece a los expositores, barriéndolos amorosamente con la mirada extasiada, el entrañable momento que ha vivido durante hora y media. De cuerpo majestuoso, piernas de diosa, mide poco más de 1.70 metros de estatura. Parecía sinaloense: sirena bermeja, prófuga del mar.
No supe quién era ni su nombre; pero, eso sí, dan ganas de ser el Lobo Feroz.
En la Representación del Gobierno de Sinaloa, en la colonia Insurgentes San Borja, Ciudad de México, hablamos del oficio periodístico –incluido el socorrido chayo–, literatura, el Festival de Rock de Avándaro, la matanza de Tlatelolco, el Halconazo de 1971, gastronomía, la mariguana, la muerte, el amor, los hijos…
… las enfermedades que, rabiosas, nos atenazan en la tercera edad…
Varias veces se escucha una salva de aplausos que retumba en las paredes blancas.
Conforme avanza la plática se alcanza a ver cómo la mujer de rojo iba encendiéndose, fuego congelado, su mirada intensa. Las piernas cruzadas, la izquierda sobre la derecha, escucha extasiada a los expositores, a cuatro metros del estrado, ubicado a 50 centímetros sobre el piso.
En contraste, entre unos 40 asistentes –la mayoría periodistas–, en la otra hilera, sentado, uno de los presentes duerme la mona la mitad de la charla. No suelta, bajo el brazo izquierdo, un libro, titulado Sodoma, de unas mil páginas, que se adivina por su grosor.
Después de que Óscar Blancarte Pimentel, cineasta consagrado, presidente de los mazatlecos radicados en la Ciudad de México y moderador del evento, lee una breve semblanza del autor y los dos participantes, me toca abrir la presentación.
Amor, dolor, humor y locura, digo –con mariposas amarillas en el estómago–, son las cuatro características donde abreva toda obra literaria. Así sucede con el inolvidable Quijote de la Mancha; algo similar ocurre con la obra de Mario Martini.
“Leer restaña, escribir cicatriza”, sostiene Ramón Andrés, literato español, en su libro de aforismos Caminos de Intemperie. Escribir, pienso, cura las dolencias del alma.
El periodista trasciende al oficio reporteril –donde está prohibido escribir en primera persona– porque, como afirma Martini en su libro: “hablar de todo sin sentir vergüenza propia o ajena”. El autor da un salto al vacío, sin red de protección, desde la literatura.
Damián evoca la vida compartida con Martini, su hermano mayor, dice entre un ligero soponcio sentimental de ambos. Recuerda episodios juveniles cómo Avándaro, la Matanza del 2 de octubre de 1968, el Halconazo del 71 y la volcadura del Vocho Rojo en el recientemente inaugurado Circuito Interior, a la altura de la Diana Cazadora, a 40 centímetros de la base del puente donde los esperaba la muerte.
Milagrosamente viven para contarla.
Martini, en su confesionario íntimo, comenta algunos encuentros cercanos con la muerte, la suya misma, y revela el anhelo en el que todo periodista debe persistir para escribir algún día la crónica de un milagro.
Por sus venas de escritor corre, como cuando silba el viento, una vena literaria que resuena en el tiempo. Revive las palabras yertas, sepultadas por largos ayeres.
Su padre, Mario Martini Kalvo, publicó la novela El Muro y la Trocha; historia en la que se basó el guion de la película Viento Negro, con las actuaciones de David Reynoso, Enrique Elizalde y José Elías Moreno, entre otros histriones. Dirigió el filme, Servando González. La fotografía estuvo a cargo de Alex Philips, jr. Está considerada entre las 100 mejores películas nacionales de todos los tiempos.
A la pregunta que hace Mario en Confesión de Parte:
“¿Por qué tendrá la gente esa mala costumbre de morirse?”
Respondo:
Porque para morir nacimos.
Y, eso sí: qué ganas de ser el Lobo Feroz.
Aunque sea con el pensamiento.
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