Por Ivette Estrada
Habituarse a personas, trabajo y placeres es renunciar silenciosamente a la vida. Es permitir que se apaguen los retos y el disfrute. La rutina implica comodidad, pero también sumergirnos en lo predecible y anodino. Es renunciar a crecer, crear y sorprendernos.
Demasiada comodidad en los trabajos y relaciones puede simbolizar “apagarse” de una manera imperceptible pero no menos inexorable. Es un fin inminente y, paradójicamente, se tiende a habituarse a cosas buenas, pero también malas.
Si sólo representara un cese de brillo se abrazarían las rutinas. Pero el habituarse es “anestesiar” todo y se lesionarán relaciones personales, carreras, salud mental y cómo funciona la sociedad.
En el afán de buscar comodidad y facilitar quehaceres consuetudinarios, tendemos a una automatización inconsciente. Puede observarse con los saludos indiferenciados, asumir el cumplimiento de reacciones y respuestas a priori, catalogar a las personas por tipologías, tender a un orden y cumplimientos inamovibles.
La excesiva inercia puede catalogarse de un síndrome zombie o “muerto en vida”. Es bajar los brazos ante nuevos retos, renunciar a buscar opciones, aspirar a más, renovar relaciones, aferrase a lo “malo conocido” en lugar de lo bueno por conocer.
Es encerrarse en lo ya establecido y probado, optar por respuestas conservadoras, aferrarse a lo que ya se posee…
Si durante mucho tiempo prevaleció esta mentalidad de conservación, hoy resulta inoperable ante los ambientes cambiantes e imprevisibles que vivimos. Esto porque cuando se tiende a perpetuar acciones que resultaron bien en el pasado impide reaccionar a nuevos retos e irrupciones.
El aletargamiento de la rutina se endilgó a los mayores antaño. Hoy la misma senilidad se reinventa. Se asume como vida con virajes y continuos cambios, con la restructuración incesante de roles, con nuevos retos, con infinidad de opciones. Estar atentos a cada manifestación de tendencias y vida implica abrazar la proactividad y visualizarnos como generadores de la vida que queremos, asumirnos como artífices de destino.
Rehusarnos a vivir de rutinas predispuestas y hábitos anquilosados es negar que instante a instante cambiamos, que la evolución se experimenta momento a momento, que el cambio es sinónimo de vida.
Acostumbrarse es morir. Es la persistencia a mundos que se transforman momento a momento y que no queremos verlos. ”Colgar los hábitos” es la invitación a afrontar que somos creadores de la vida que deseamos.
Implica realizar pequeños cambios: animarnos a probar nuevas recetas, ir a iglesias de distintos cultos, atrevernos a entablar conversaciones con personas diferentes a nuestro círculo, estar abiertos a escuchar nuevos enfoques y perspectivas de personas con distintas ideologías a la nuestra.
Cuando asumimos que la diversidad es grandiosa y que todas las personas son únicas, dejamos anquilosadas costumbres que apagan nuestra autenticidad, pero también descubrimos en nosotros nuevos dones y fortalezas desconocidas hasta ahora.
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