PULSO
Eduardo Meraz
Sin nada relevante por celebrar, salvo su apego a la “naftalina ideológica” de mediados del siglo pasado, los mandatarios de México y Cuba decidieron renovar sus votos de agradecimientos y ensalzamientos mutuos, cuando en ambos países sus habitantes enfrentan difíciles condiciones no sólo económicas, sino también en cuanto a libertades y democracia.
Si bien los mexicanos aún nos encontramos algo lejos del grado de miseria de la población cubana, nos aproximamos con cierta velocidad al modelo centralista y cien por ciento controlado por el gobierno de la isla respecto al derecho de elegir a nuestras autoridades y el apego a la ley, con base en lo previsto en el plan B electoral propuesto por el presidente totalmente Palacio Nacional.
Los discursos y maneras expuestos por los líderes de Cuba y México provienen de la ultratumba de los años sesentas y setentas, cuando la oleada socialista llegó a América Latina y El Caribe, con el elixir de la igualdad en todo y para todos. Inicio alentador que conforme pasaron los años y las promesas nunca se materializaron; en vez del perfume de la esperanza, quedó el rancio aroma de un sistema en descomposición.
La falta de oxigenación en las ideas absolutistas del Estado omnímodo, en todos los países con regímenes presuntamente socialistas, orilló a sus líderes a endurecer el trato hacia sus gobernados y la cancelación de derechos y garantías individuales y colectivas. Esquema del cual Cuba, en el continente americano, es ejemplo innegable.
Los “moditos socialistas”, tan venerados por el cuatroteísmo mexicano, tienen el fuerte tufo del autoritarismo, que como se ha visto en el presente siglo sólo unos cuantos países mantienen vigente, a costa del nivel de vida de sus habitantes, mientras la clase dirigente y sus familias gozan de las bondades del capitalismo.
Ambos líderes inflaman el pecho al momento de hablar de las virtudes de sus respectivos gobiernos, que no se ven reflejados en el día a día de sus pobladores. Presumen sin rubor logros existentes sólo en sus cabezas, aun cuando en su andar transpiren el rancio aroma de la mentira y los otros datos engañosos.
Otra de las similitudes entre los actuales gobiernos de México y Cuba, es que ambos líderes cuentan con su respectiva guardia pretoriana a la cual otorgan, motu proprio o por debilidad, concesiones extraordinarias para asegurar su lealtad.
Para bien o para mal, según el lado de la historia en el que cada quien se quiera ubicar, México cuenta con un buen número de empresarios, nacionales y extranjeros, que mientras sigan obteniendo altos rendimientos, como no ocurría en el satanizado neoliberalismo, mantendrán su respaldo al proyecto mandatario sin nombre y sin palabra.
Sin embargo, la adicción hacia la naftalina populista que se percibe en pasillos y jardines de Palacio Nacional y entre el oficialismo cuatroteísta es una clara advertencia de que sus efectos puedan traducirse en una especie de “cubanización”, al menos en la relativo a libertades y democracia.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Mientras el cuatroteísmo se propone crear un grupo de apoyo al gobierno de Cuba, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se reunía con su homólogo de Brasil, Luis Inacio Lula da Silva. ¿Acaso ya nadie le da su lugar al autollamado hermano mayor?
@Edumermo
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