Por Jorge Manrique, Rector del Colegio Jurista y director general de Gobierno de Calidad, consultoría de políticas públicas
En nuestro mundo globalizado, el crecimiento económico se desplazó a países con sus propias historias únicas que son muy diferentes de las de Europa y los Estados Unidos.
El grupo E7 de las mayores economías de mercados emergentes, integrado por China, India, Indonesia, Brasil, Rusia, México y Turquía, comenzó a desalojar al G7 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Japón, Canadá e Italia) como los países con la mayor participación en el comercio mundial.
Rusia, Turquía, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, con economías de mercado combinadas con formas de gobierno diferentes de las de Occidente, comenzaron a repuntar. El ejemplo más destacado es China, que demostró que podía fomentar el crecimiento económico del mercado y las empresas en China representaron el 20% de La lista Fortune Global 500 en 2016.
Los efectos de la globalización se perciben de manera desigual en los diferentes países.
Hoy nos encontramos en una encrucijada. Durante décadas, la globalización, y la tecnología funcionaron como un sistema para crear crecimiento económico y progreso social, pero mantenerlos en su forma actual es insostenible.
Muchas de las tendencias que vemos ahora continuarán: desaceleración del crecimiento en las economías avanzadas, erosión continua de las clases trabajadoras y medias en todo el mundo, estancamiento o disminución de los salarios de los trabajadores en las economías avanzadas, desempleo incrementado por la automatización. Estos factores alimentarán una mayor incertidumbre política e inestabilidad.
Un nuevo camino a seguir implicaría reflexionar sobre esta situación. Es fundamental no perder de vista el progreso y el impacto positivo que tiene cada uno de los impulsores. Las economías de mercado bien gestionadas lograron sistemáticamente el crecimiento económico y el progreso social con más éxito que las alternativas, y pueden seguir haciéndolo.
Un mundo globalizado es una realidad. Las cuestiones y oportunidades no respetarán las fronteras nacionales. Tecnología, enfermedad, seguridad, migración, ideas y medio ambiente son relevantes para todos los países; requieren un compromiso sostenido sobre una base transfronteriza. Y la gente seguirá exigiendo los beneficios de la tecnología.
En cambio, existe una necesidad urgente de revisar el propósito mismo de la economía, un motor para satisfacer las necesidades y oportunidades humanas. En el mejor de los casos, una economía es un marco dinámico y en evolución de reglas, hábitos, acuerdos, comportamientos y prácticas que facilita la satisfacción de las necesidades de las personas y sus comunidades, y compromete las habilidades y el esfuerzo humanos, así como la tecnología y el capital, para hacerlo.
También debemos considerar cómo las tecnologías emergentes pueden ayudarnos a reimaginar las formas de satisfacer las necesidades humanas, aquellas que hemos sido incapaces de abordar de manera tradicional.
Cualquier cambio debe tener lugar a un nivel más amplio, involucrar a todo el sistema en el que están integradas las instituciones. Solo entonces podemos influir tanto en los comportamientos como en los resultados para que se alineen con un sistema replanteado.
Y para ello, no bastan enfoques duales de globalización o focalización. La mira desde estar atenta a nuevos modelos, tal vez más sofisticados e incluyentes, pero también más reales.
Asimismo, debe mirarse más allá de un factor, como la necesidad de acortar las cadenas de suministro: se debe analizar que la globalización es una cultura integral, extendida e incluyente que permea en todos nuestros sistemas y formas de vida. Encauzarla no es desaparecerla ni marcar retrocesos.
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